El cosmonauta pisó la polvorienta superficie de aquel planeta muerto.
Una especie de caja, con pantalla de cristal líquido, que llevaba en su mano izquierda indicaba:
«Alerta. Intensa disgregación de núcleos atómicos de uranio»
Radiactividad -pensó-. Era de esperarse.
Si no fuera por mi traje aislado sería mortal.
Veamos –resolvió, apoyando una rodilla en tierra y depositando el cuadrado artefacto en el suelo, delante suyo.
Apretó uno de los botones situado en el frente de aquel aparato y la lectura del visor cambió inmediatamente. Ahora se leía:
«Examen de litosfera: Profundidad 120 kilómetros: Estéril e inorgánica. Hidrosfera inexistente».
¡Basura de mundo! -meditó- Puro polvo inservible y nada de agua. Para colmo esa maldita radiactividad que todo lo mata. ¡Es el peor de los mundos que he visitado!
Lentamente trató de calmar su animosidad creciente. Era un explorador de la Federación Planetaria, cuyo centro se encontraba a cientos de Años Luz.
El aparato seguía marcando:
Oxígeno 5%, nitrógeno 94%, sin rastros de vapor de agua, ausencia de anhídrido carbónico, vestigios de argón, criptón, neón…
Apartó la vista de la extensa lista al ver que ésta confirmaba una atmósfera irrespirable, muy tenue.
Miró en derredor…
Hasta donde abarcaba la vista solo veía polvo y desolación. En ese lugar no podría sobrevivir ni siquiera un liquen, o algo que se pudiera considerar vegetal, para romper la monotonía del lúgubre paisaje.
Prendió el detector de metales que llevaba adherido al traje espacial.
¿Para qué? –pensó-. Pero eran las órdenes que tenía.
Caminó cerca de una hora. De repente, para su sorpresa, el aparato comenzó a sonar.
Enfocó en la dirección que el instrumento indicaba y avanzó.
Cuando llevaba cuarenta minutos de marcha vio, allá a lo lejos, algo que brillaba reflejando la rojiza luz de la casi extinguida estrella que alumbraba ese sistema agonizante.
Al acercarse observó un gran rectángulo de metal retorcido con unos extraños signos grabados en su superficie.
¿Qué es esto? –pensó- ¿Cómo llegó aquí?
Resuelto a aclarar el misterio sacó el traductor universal que era una especie de computadora con visor.
La enfocó hacia la enigmática inscripción, y a los pocos segundos leyó:
¡Bienvenidos a la Tierra!
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LUIS RODRÍGUEZ.
Y el origen se junta con el final, en un ciclo cerrado, que pudo haber sido virtuoso, pero se volvió vicioso. Muy buen relato, Luis. Un apocalipsis sci-fi.
Abrazote fraterno y cálido, amigo.
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Como la serpiente que se muerde la cola.
Muchas gracias por comentar y por tus amables palabras.
Un gran abrazo.
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Así es, Luis. Otro abrazo.
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Un viaje en el tiempo para saber en qué vamos a convertir a nuestra madre Tierra…
Nosotros no lo veremos pero ya hace tiempo que hemos iniciado el período de destrucción, si nadie lo remedia.
Un abrazo.
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Por suerte en unos años vamos a colonizar otros planetas (que también vamos a terminar destruyendo, si no cambiamos).
Gracias por comentar.
Un abrazo.
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Impactante. El relato deja poco lugar para las esperanzas… Pero, bueno, por el momento es ficción. ¡Buenísimo tu relato, Luis!
¡Un gran abrazo!
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Con los años nos vamos a espandir y emigrar a otros planetas.
Es posible que en miles de años nos olvidemos de la Tierra.
Gracias por comentar.
Un abrazo.
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Impresionante. Me ha gustado mucho amigo. Un abrazo
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Me alegro.
Gracias por contestar.
Un abrazo.
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