
Le gustaba la noche…
En aquellos extensos campos de Tacuarembó, donde la soledad y la cerranía imperaban; él caminaba despacio, tambaleante.
Por supuesto estaba lejos de cualquier centro poblado.
Todo era oscuridad, hasta la luna se había ocultado en aquellas espesas nubes que anunciaban una inminente lluvia.
En aquellos inmensos campos no se veía ni un mísero ranchito.
A lo sumo, allá a muchos kilómetros se veía una débil luz proveniente de alguna mísera vivienda de paja y barro.
Miró el cielo, tantas veces prometido.
¿Alguna vez podría llegar allí, o era solo una leyenda?
Dio media vuelta y regresó a su hogar, que no era otro que el cementerio.
¿Dónde más podría estar? No tenía parientes vivos y quería estar lejos de la gente, que le traía malos recuerdos.
Además ya llevaba cincuenta años muerto…
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LUIS RODRÍGUEZ