El gato se encontraba solo y tranquilo en la casa. Recorría con parsimonia y en el silencio característico de los felinos, todos los rincones. De repente sintió un aleteo seguido de un ¡priiii! Miró hacia arriba y lo que vio alertó sus sentidos. Un ave (se trataba de un loro) se hamacaba en el típico aro y con una pequeña cadena en su pata derecha. El gato ya había sido castigado y corrido varias veces por intentar trepar o saltar. Pero esta vez no había nadie… Miró de nuevo, esta vez más intensamente y resuelto. El loro lo notó, sobre todo por instinto, y un temblor de plumas sacudió su cuerpo. De repente el felino tensó sus músculos y saltó, clavando sus filosos dientes en el cuello del indefenso animal que solo respondió con un último aletear, sabiendo que era el final. No hubo maldad en el acto, como puede haber entre seres humanos. Solo un atávico instinto de caza adquirido en la noche de los tiempos. En el suelo, como único rastro del hecho, quedaron revoloteando un puñado de plumas verdes. ——————————— Luis Rodríguez.
Me da pena el loro, pero lleva razón es el instinto animal, en el hombre por desgracia es maldad. Un cordial saludo
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Es verdad. La diferencia entre el ser humano y los animales es el instinto contra la maldad.
Un cordial abrazo.
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